"No perdamos la fe, necesitan nuestro dinero"
Dieron
las seis de la mañana y el ruido de la llovizna se escuchaba a través de las
ventanas de mi sombría alcoba. Estire mis brazos para silenciar las alarmas que
en conjunto me despertaron del sueño, el reloj y el celular. Cerré mis ojos y
active nuevamente la alarma, esta vez, desperté a las ocho de la mañana, tiempo
exacto para reanimar mi mente dormida y mi cuerpo amodorrado.
Tomé
una ducha con agua caliente, después de acicalarme con un vestido, sobresaliente
por el origen, me dispuse a cepillar mi cabello y a cubrir un poco las ojeras
resultantes de los desvelos escolares. Salí de mi casa acompañada de un hombre que
funge como taxista, en menos de veinte minutos llegué a mi destino, en donde
estaba mi hermano esperando en su chatarra de vehículo, subí y sentía que los
pocos pedazos de vidrio podrían romperse con tan sólo pasar un tope a velocidad
alta.
Llegamos
al Cerro del Tepeyac, donde estarían en espera de la presencia de mi hermano.
Corriendo entre cristianos, vendedores y demás, llegamos a tiempo. La primera
molestia fue caminar con tacones en el suelo mojado. La segunda inconformidad
fue cuando me notificaron que no podría pasar al bautisterio, sólo dan acceso a
tres personas. Con cara larga y molesta me resigne a sentarme en la Basílica
Antigua.
Cuando
entre a la Basílica, una señora de edad avanzada muy amablemente me entregó un
sobre que decía “gracias porque con tu
donativo ayudas a restaurar mi templo” y dentro venía una hoja pequeña donde
podía escribirse las intenciones de una misa comunitaria, más abajito
solicitaban la fecha y la cantidad de tu donativo, la señora me indico donde
estaba el contenedor de estos sobres y fui a tomar asiento.
Decidí
dejar el sobre en la banca y camine hacia la puerta principal, lo primero que
observe fue el muestrario de folletos que claramente, en grande y con rojo
decía “estos folletos no se regalan”,
un cuidador me indico por donde era la salida. Antes de salir, hay una tienda
donde se puede adquirir imágenes y cualquier tipo de accesorio religioso. Me
sorprendí al ver una lámpara o algo parecido con un costo de $950.00.
Camine
de nuevo al bautisterio a esperar. A lado se encontraba la oficina parroquial,
un cartel informativo sencillo detallaba los requisitos y las modalidades para
bautizos comunitarios. Entonces pensé –no me he equivocado, la Iglesia es sin
duda alguna una Institución–, una institución teóricamente social que tiene su
origen en las necesidades universales de los hombres.
El
pensamiento de Marx en relación a que la religión evita que las personas se
esfuercen por encontrar soluciones a los problemas sociales y que el hombre
puede ser dominado política, económica y socialmente, vino a mi mente cuando
tuve en mis manos ese sobre que ayudaría a la restauración del templo. Consideré
en dejar algunas monedas, pero pensé –si no entrego dinero, ¿no soy digna de
una petición?–.
Así que
seguí esperando. Después de casi dos horas de una tediosa espera, nos
dispusimos a salir de ahí. En el andar de regreso a la chatarra
automovilística, observé que todo era negocio: desde un llavero hasta cuadros
de más de dos metros, toda imagen religiosa tenía un precio, no era necesario
preguntar.
Guardé
mi hermosa y frágil cámara en mi mochila. Y en el trayecto largo de esquivar
topes, carros y peregrinos, me cuestionaba –¿qué tan importante es diferenciar
la religión de la Institución Católica, mejor conocida como Iglesia? –, es
decir, ¿las oraciones y plegarias dependen de un par de monedas o en que se
sustentan?
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